El Desarrollo Chileno en la Historia
Hace 130 años, en 1885, el PIB per cápita en la economía chilena alcanzaba a la décima parte del valor al que llegó en 2015 (25 mil dólares), en moneda de igual poder adquisitivo.
Esta multiplicación por 10 del ingreso real por persona ha permitido un salto cualitativo en el nivel de vida de los chilenos, el que se ha dado gradualmente, pero a un ritmo irregular. Mientras tomó 110 años para que el ingreso medio se multiplicara por 4, llegando a 10 miles dólares en 1990, en los últimos 25 años el PIB per cápita se multiplicó por 2,5, subiendo de 10 mil a 25 mil. Esto implica que la tasa de crecimiento anual promedio se aceleró del 1,3% anual histórico de largo plazo, a 3,4% anual a partir de 1990, más del doble. Gráfico 1.
Gráfico 1: Trayectoria Anual del Producto Interno Bruto por Habitante en Chile.
Fuente: Cálculos propios a partir de la serie de PIB y de población para Chile de Cliolab UC.
Han existido altibajos en el proceso de crecimiento, los que se asocian con la volatilidad macroeconómica en parte generada por profundas crisis macro-financieras y la subsecuente recuperación. Pero el ritmo de progreso no solo se ha elevado en este último cuarto de siglo, sino que se ha hecho más estable y sostenido, al sortearse importantes crisis externas con limitadas repercusiones en el país. Así el ritmo de progreso ha ido “in-crecendo” y se ha hecho más estable y sostenido gracias a una estrategia de reformas que introdujeron mejoras institucionales que han favorecido la eficiencia y la estabilidad macroeconómica, y, como veremos, también la equidad.
Por otra parte, el país ha registrado un importante salto en la infraestructura de uso público, carreteras, puertos y aeropuertos, que ha permitido mejorar la conectividad dentro de Chile y con el exterior, lo que ha incrementado sustancialmente la competitividad del país y bienestar de las personas.
Los muy favorables resultados del período 1990-2015 no obedecen a un fenómeno generalizado de carácter internacional. Si comparamos los niveles del PIB per cápita chilenos con los de otras economías latinoamericanas es posible comprobar que el país ha pasado al primer lugar en Latinoamérica solo hacia la última década, cuando logra superar a Argentina para transformarse en el país del ingreso per cápita más alto de la región.
Gráfico 2 PIB per Cápita de Chile y Países Latinoamericanos seleccionados por quinquenios.
Fuente: Cálculos propios a partir de series de Cliolab UC para Chile y de Madison para el PIB pc latinoamericano.
Chile hacia 1990 ocupaba el quinto lugar en Latinoamérica con un PIB per cápita de menos de la mitad del de Venezuela y del de Argentina, y algo inferior a los de Brasil y de Uruguay. La aceleración del ritmo de crecimiento del PIB per cápita chileno entre 1990 y 2015 no es seguido por los otros países de la región. De esta manera el PIB per cápita de Chile logra alcanzar y superar primero a Uruguay y Brasil, en 1995, posteriormente cerca del cambio de siglo alcanza a Venezuela, y, finalmente, supera a Argentina en la segunda década del siglo XXI. Las políticas económicas seguidas en Chile durante los últimos 25 años, muy diferentes a las de Venezuela y Argentina, han permitido remontar la enorme ventaja que esos países nos llevaron por al menos un siglo. (Ver Gráfico 2).
Es apropiado llamar a la etapa iniciada en 1990 la del crecimiento con equidad, y no sólo porque ese fue el objetivo de las autoridades de la época, sino porque lo revalidan los logros alcanzados: El crecimiento del PIB pc se aceleró y además el grado de desigualdad, después de haberse mantenido elevado por décadas, se redujo sostenidamente: El coeficiente de Gini para los ingresos autónomos pasa de un 57,25% en 1990 a 49,5% en 2015, de acuerdo a cifras del Banco Mundial. Los indicadores de distribución del ingreso muestran que Chile es un país desigual y con un grado de desigualdad que había estado fluctuado en torno a una tendencia relativamente estable por todo el siglo XX. Pero esto ha cambiado en el último cuarto de siglo ya que el grado de desigualdad se ha reducido en forma gradual y sostenida y debería seguir haciéndolo. Esto en parte puede atribuirse a que los incrementos en la desigualdad se asocian a fuertes alzas en la tasa de desempleo y en la volatilidad macroeconómica, las que han estado ausentes en el Chile de los últimos 25 años.
Chile fue históricamente un país con muy alta incidencia de la pobreza. Hacia finales de los años 80 la pobreza alcanzaba al 68% de la población de acuerdo a cifras del Banco Mundial. Y es muy posible que esas tasas eran representativas de valores históricos. El período de rápido crecimiento del PIB per cápita y de sostenida reducción en la desigualdad lógicamente también fue uno de fuerte reducción en la pobreza, la que durante el último cuarto de siglo ha caído en forma sostenida desde el 68% mencionado a menos del 12% en 2015.
Los mayores ingresos, menores tasas de pobreza y de desigualdad también se reflejan en mucho mejores indicadores sociales en educación y salud. La asociación positiva entre el PIB per cápita y los años de escolaridad promedio es evidente en el avance desde los 5 años de escolaridad promedio vigentes en Chile en 1960, los 8,5 hacia 1990, a los 12 años de 2015.
El aumento de los años de escolaridad se observa también en la cobertura de la educación terciaria, que hacia 1990 alcanzaba a 21%, prácticamente la mitad de la de Argentina (38%) y 3/4 partes de la de Venezuela (28%). En 2015, en cambio la cobertura de la educación terciaria en Chile (79%) equipara a las ahora alcanzadas por esos países. Indicadores de calidad de la educación también muestran como se han cerrado las diferencias con países de la región que hace un cuarto de siglo eran mucho más avanzados que nosotros, y en varias líneas hemos pasado a la delantera.
Otro de los avances más destacables del proceso de desarrollo chileno se asocia a indicadores de salud. Se ha alcanzado un alto nivel de cobertura tanto en acceso a agua potable como tratamiento de las aguas servidas, lo que ha permitido prácticamente erradicar enfermedades infecciosas como el tifus, la hepatitis A, y las diarreas infantiles de origen bacteriano, que eran endémicas de Chile en 1990. La mortalidad infantil en el primer año de vida, que a inicios del siglo XX se aproximaba a 300 por cada mil niños nacidos vivos, había bajado a 16 por cada 1000 hacia 1990. Y esta siguió bajando y en 2015 llega a 7 por cada mil infantes, lo que representa un logro notable que ubica al país en el primer lugar en América Latina. Otro indicador amplio de salud de la población muy asociado al anterior, la esperanza de vida al nacer, se ha incrementado sostenidamente. La expectativa de vida llegaba apenas a los 30 años en el Chile de inicios del siglo XX, en 1990 se había más que duplicado y llegaba a los 73 años, y en 2015 esta ya supera los 80 años, un nivel que en las Américas solo es superado por el de Canadá.
Todos estos son avances impresionantes que se asocian a importantes aumentos en el bienestar de la población, no son un resultado mágico de una declaración de derechos sociales. Estos son logros para los que se han comprometido importantes cantidades de esfuerzos y recursos humanos y materiales, los que están detrás de la mayor cobertura y efectividad de los sistemas educativo y de salud. Ello ha sido posible gracias al crecimiento económico y a políticas públicas que hacen un uso cuidadoso de los recursos disponibles focalizándolos en los grupos más postergados y vulnerables.
Desde el 2014 el ritmo de avance se ha reducido a un mínimo, en parte puede culparse al fin del super ciclo de los productos básicos y en nuestro caso el cobre, cuyo precio real después de algunos años cerca de máximos históricos ha regresado a valores reales más cercanos a la tendencia o promedio de larguísimo plazo. Pero lo fundamental ha sido la pérdida de confianza generada por una serie de reformas mal diseñadas y peor implementadas, basadas en ideas decimonónicas que despiertan grandes divisiones.
Con tasas de crecimiento del PIB de 2%, que será algo más que el promedio del gobierno de la Nueva Mayoría, el PIB per cápita se incrementa en poco más de 1% anual, con esto difícilmente se podrán alcanzar los logros que el país aspira y financiar las reformas necesarias para promoverlos. Con la magra tasa de crecimiento del gobierno de la NM el ingreso per cápita se duplica en más de medio siglo, 63 años para ser más preciso, es decir, un claro reflejo de lo que hemos denominado progresismo sin progreso. Pero si se retoma un ritmo de crecimiento de 4% anual para el PIB y de 3% para el ingreso per cápita, este se duplicaría en algo más de 20 años, en menos de una generación.
El aumento de la desigualdad se ha relacionado en el pasado con las crisis macro-financieras, como la crisis del 30, la de mediados de los 70, o la de inicios de 1980, cuando se incrementaron fuertemente la volatilidad macroeconómica y el desempleo. Por ello controlar la volatilidad macroeconómica debe ser una prioridad para un liderazgo responsable, especialmente uno progresista que pone alto valor en la reducción de las diferencias sociales. Los canales pueden ser complicados de describir, pero la evidencia es reiterativa y no debe ser ignorada: Políticas expansivas insostenibles son la antesala de las crisis y también del aumento de la desigualdad. La concentración del ingreso en Chile es aún alta en comparación con los países más avanzados y ocupa un nivel intermedio entre los países latinoamericanos, siendo la variable dónde el país tiene una posición menos ventajosa respecto a sus pares. La desigualdad es todavía elevada y la pobreza aún aflige a cientos de miles de chilenos. Por esto sigue siendo una prioridad diseñar e implementar políticas públicas efectivas que combinadas con el crecimiento impulsen la superación de la pobreza y promuevan la igualdad de oportunidades y hagan a nuestro país cada vez más desarrollado e inclusivo.
Nuestro país necesita establecer un nuevo consenso económico social que le permita dar un salto hacia el desarrollo y evitar la trampa de los países de ingreso medio, que nunca superan ese estado. Para este fin, proponemos buscar un acuerdo político y social amplio y de largo plazo. Este debe definir cuál es el país que queremos, los objetivos y principales lineamientos de las políticas y estrategia de desarrollo coherente definiendo un marco general que permita avances sostenidos por los próximos 25 años.
La meta es duplicar el ingreso per cápita en este período, lo que significaría el salto al desarrollo. El acuerdo político es clave para la meta de crecimiento ya que permite reducir las incertidumbres asociadas a todos los cambios que son necesarios para transformar a Chile en una nación desarrollada e inclusiva, y reconstruir las confianzas al interior de la sociedad, entre sus integrantes y para con sus instituciones.
Basado en G Le Fort: Chile de la Miseria a la Trampa del Ingreso Medio. Universidad Miguel de Cervantes, Serie &, Libro II. Santiago, 2017, y en discusiones con Alvaro Clarke, Felipe del Río, Mauricio Olavarría y otros integrantes de Progresismo con Progreso.
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